lunes, 28 de julio de 2008

Alucinando en Fuengirola (El Gaditano)

Amigos de la frugalidad, además de los santificados lugares de la religión verdadera, en Bastión también nos vamos a encargar de los templos paganos, lugares que inspiran admiración y rechazo a partes iguales, que alimentan, además del cuerpo, la duda sobre una recomendación sincera, que producen recelo y estupefacción, indignación y simpatía, asombro y chanza...

El Gaditano podría ser lo que, injustamente, un turista en contra del turismo en masa (a favor sólo del suyo, para que nos entendamos), un pureta de la excursión personal introspectiva, un esnob de la vacación única e incomparable podría esperar de Fuengirola (atalaya, para estos personajillos, de los guiris, el españolito landista, los amantes de la playa masificada y demás estomagoagradecidos vacacionales).

Nótese el injustamente que corona la frase anterior (ya hablaré de otros lugares, templos verdaderos, que elevarán y cambiarán esta estereotipada opinión de la agradable ciudad malagueña). Pero el Gaditano es ESE lugar imposible. Situado en los bajos de un horrendo edificio vulneraleyesdecostas, ocupa todo el espacio disponible. Un mínimo de seis locales son habitados por esta unifranquicia surrealista. Entre ellos, se reparte una multitud de mesas de terraza, con manteles de papel y sillas de plástico, rodeadas por una marabunta de camareros vocingleros y cobradoras aceleradas que atienden a los estupefactos nuevos clientes o a los sonrientes reincidentes. La planta de lo que podríamos llamar el comedor recuerda a la de una catedral, por su forma de cruz y longitud imposible. Sobre las paredes, a modo de vidrieras, un conjunto de carteles ornamentan e ilustran: "El Gaditano, Pescaíto Frito, Todo a 4,70 €, Calamares, boquerones, Mero, Chanquetes, Pulpo, Sardinas, Una cámara le está grabando permanentemente...".

Una vez sentado en una de las mesas, descubres que no vas a pedir lo que quieres comer. Sólo podrás ordenar las bebidas. Después, toca esperar a que los camareros empiecen a sacar raciones, a ver si alguna se ajusta a lo que tu estómago demanda. Porque aquí reside el ¿encanto? del lugar. Los camareros salen con ocho platos del género que corresponda, digamos langostinos, por ejemplo y empiezan a recorrer las mesas, pregonando, voceando o susurrando, según el estilo del sirvemesas los ¿manjares? que trasladan. Debe ser un auténtico experimento sociológico ver a respetables padres de familia luchando por la última ración de rape o a dos mesas de abuelas del IMSERSO lanzando sus dentaduras postizas en pos de esos calamaritos que se acaban. Confieso que estas escenas no las vivimos, pero no hace falta mucha imaginación para figurarse que debe ser el pan de cada día de El Gaditano (por lo menos en las fechas estivales).

Levemente recuperados del asombro inicial, pudimos deleitarnos ante las diferentes estrategias de los camareros: en un lado del espectro el simpático y dicharachero, andaluz de pro, con un gracejo para cada ración: "todo a 4,70, más barato que en el 2x3 de Mercadona" o "la última de chipirones, de sepia, de tiburón y de piraña, que lo tengo tó", cuya voz resuena, posiblemente, hasta en Algeciras; en el extremo contrario el tímido, introvertido inspirapenas que, con un hilo de voz, susurra sus interminables raciones, encendiendo la pena y la compasión. ¿Qué método será más eficaz? Uno de mis acompañantes (camarero de noche) se declaró entusiasta admirador del simpático, convencido de que su método era infalible. Sin embargo, alguna familia de las de comunión diaria ejercía su ración semanal de caridad cristiana adquiriendo todos los platos que trasladaba nuestro apocado mozo, sin importarle la índole de la mercancía adquirida, después de que éste se paseara con éstas durante diez minutos sin que un sólo cliente advirtiese su vaporosa presencia.

Para acabar el ¿festín?, las cobradoras, casi todas de buen ver y todas equipadas mejor que un camarero del Hollywood, contaban el número de platos que yacían sobre la mesa, buscaban un hueco en el blanco del mantel, con un rotulador rojo sobre el mismo desplegaban su maestría en la tabla de multiplicar del 4,70 y te transmitían la dolorosa en apenas segundos. El cobro es instantáneo, ya que el kit de cobradoras incluye monedero de taxista y billetero de cajero de bancos (amen de cuentabilletes, sandwichera, cortauñas, rizapestañas, sacamuelas y bisturí).

Y llega el momento de la crítica. Empecemos por lo fácil: la ración de lo que sea cuesta 4,70€, así que el precio es francamente bajo (bajo=bueno). Cierto es que las raciones de merluza de pincho, de gambas a la plancha o de bogavante eran menos frecuentes que las de sardinas (muy ricas, por cierto), calamares (congelados, según los ojos expertos de otro de mis compañeros) o berenjenas rebozadas. Respecto a la ¿calidad?, qué decir... Tras meditarlo un par de minutos, todo a 4,70€, supongo. Como experiencia, eso sí, no tiene precio.

1 comentario:

Primus Asceticus dijo...

Anda que no es duro el camino del ascetismo Máximus. Realmente eres un mártir por la causa. Descubriendo lo más profundo de la gastronomía patria, no cejes en tu empeño! Ánimo compañero, que por 4,70€ no le mires el diente a las gambas :-)

Te recuerdo que la alternativa es el sandwich mixto del MAL.